El futuro del planeta depende de los océanos
Cuando piensas en el mar, ¿qué es lo primero que viene a tu mente? ¿Descanso, diversión, comida, trabajo? En realidad, el mar nos ofrece todo ello y mucho más… Quizá te sorprenda saber que —sin importar dónde vivas— gracias a los océanos respiras porque producen la mitad del oxígeno que hay en la atmósfera. En pocas palabras, son los verdaderos pulmones del planeta.
Seguimos: 80% de la vida en la Tierra se encuentra bajo la superficie marina y apenas se ha explorado el 5%, ¿quién sabe qué secretos guarda?; los océanos contienen 96% del agua existente y, por si fuera poco, absorben anualmente cerca de 25% del CO2 que generamos los humanos.
Los beneficios de los ecosistemas marinos continúan: 40% de la población mundial vive a menos de 60 kilómetros de alguna costa, 35 millones de personas dependen de la pesca y los mares son una fuente incomparable de proteína animal. De hecho, la alimentación de una de cada dos personas en el mundo se basa sólo en pescados y mariscos.
Como vemos, el planeta entero depende de mares en equilibrio, limpios y llenos de vida. Por ello es que como humanidad (y como sector pesquero) debemos unir esfuerzos para lograr que así sea porque existen tres grandes amenazas que hay que detener, revertir y evitar; nos referimos a la sobreexplotación de la industria pesquera, la minería submarina y el creciente turismo náutico.
Enfoquémonos en México: nuestro país tiene contacto con el océano Pacífico, el Golfo de México, el mar Caribe y nuestro querido Golfo de California (nuestro hogar). México posee un litoral de más de 11,000 kilómetros y una superficie marina territorial y en Zona Económica Exclusiva (ZEE) que es 1.5 veces mayor que su territorio terrestre. ¡Somos más mar que tierra!
Sin embargo, por razones que enlistaremos en otra columna, hoy se pesca más rápido de lo que toma a los océanos reponer los recursos marinos. 90% de las pesquerías están sobreexplotadas y algunas especies de tiburones, el atún aleta azul y la vaquita marina están al borde de la extinción; además, hasta 40% de la pesca en México es ilegal.
Si hablamos sólo de lo que sucede aquí, en los litorales de Baja California Sur, para nadie es una sorpresa leer que el impacto de los barcos industriales de otros estados (principalmente Sinaloa) ha sido letal; camaroneros y sardineros están acabando con lo poco que aquí queda, afectando no sólo a los pescadores ribereños, también a los deportivos, acuacultores y turisteros. Nuestros mares ya no son los mismos que los de nuestros abuelos.
A la presión que ejercen estas embarcaciones se suma la amenaza de la minería submarina. Hemos seguido de cerca las negociaciones internacionales para prohibir esta actividad (o al menos suspenderla) en aguas profundas y respiramos con alivio cuando las autoridades mexicanas anunciaron que nuestro país se unía a la moratoria para frenar esta industria fuera de la jurisdicción nacional hasta contar con suficiente evidencia científica.
Recordemos que aquí en el Golfo de Ulloa, en el Pacífico sudcaliforniano, durante años hemos vivido con el temor de que se autorice la mina marina Don Diego; no necesitamos ser biólogos o ingenieros para dimensionar el impacto catastrófico que traería consigo este proyecto. Los sedimentos del dragado —cargados de metales pesados— contaminarían para siempre nuestras aguas, dejándonos sin sustento y sin futuro.
Por último, hablemos del turismo masivo y descontrolado: el avistamiento, nado y buceo con fauna marina (ballenas, tiburones, mantas, cardúmenes, lobos marinos, etcétera) va en aumento a nivel mundial. Cada vez hay más personas que reconocen el valor de estos encuentros con la naturaleza silvestre y están dispuestos a pagar su precio.
La presión de esta demanda ha promovido la expansión de una industria turística que se está volviendo más grande y voraz. Decenas de pangas o botes acosando a un mismo animal, todos compitiendo por la mejor foto, gana quien se acerque más, sin considerar los enormes riesgos para la vida marina y, desde luego, para las personas que ponen en peligro su integridad. Con más frecuencia nos enterarnos de colisiones y propelazos.
¿Qué debemos hacer para enfrentar estas tres amenazas? Aunque no hay una sola respuesta y la solución es complicada, la buena noticia es que sí hay mucho por empezar a hacer. Nosotros, por ejemplo, estamos dando la batalla desde nuestra trinchera, aquí en Baja California Sur.
Desde hace casi cinco años hemos propuesto y promovido la designación de un instrumento legal que ponga freno a la sobrepesca industrial de otros estados, que vete definitivamente la minería submarina y que vele por una industria del turismo náutico responsable y ordenada.
Se trata de la Reserva de la Biosfera Dos Mares, con una superficie de 19.2 millones de hectáreas. Durante todo este 2024 continuaremos con el proceso de socialización, mesas de trabajo y talleres a lo largo de todo el estado (en las dos costas) para que los compañeros productores conozcan el proyecto, expresen sus dudas y preocupaciones y, quien así lo decida, se sume a lo que hemos llamado la ola ribereña.